Si ha habido un Día Internacional de la Lucha contra el SIDA verdaderamente especial, simbólico y trascendente, es el de este fatídico año 2020.
Este año hemos sido testigos de todo lo que hemos aprendido en estos casi 40 años de “epidemia” del SIDA. Una epidemia construida en base a una novedosa y controvertida forma de proclamar la existencia de un virus sin la necesidad de tener el propio virus, y unos test de diagnóstico que están diseñados para detectar la respuesta inmune de nuestros organismos y no el pretendido virus que supuestamente causa la infección cuando ésta ocurre. Una “epidemia” que contó con la necesaria colaboración y la complacencia acrítica de los medios de comunicación masiva y de los políticos. Una “epidemia” que siempre ha sido fuertemente abrazada con mucho interés por la industria médico-farmacéutica, por los millonarios dividendos que todavía hoy ofrece este nicho de mercado, con nuevos avances para seguir conquistando nuevos sectores, como el tratamiento profiláctico pre-exposición (PrEP), que no es otra cosa que un tratamiento con antirretrovirales -un tipo de medicación bastante tóxica incompatible a medio y largo plazo con la salud y con la vida- diseñado y orientado exclusivamente para personas sanas seronegativas que pertenezcan a los llamados grupos de riesgo, establecidos arbitrariamente en los ’80, que en la práctica se reduce casi en su totalidad al grupo denominado Hombres que hacen Sexo con Hombres (HSH).
Pero si hay algo que convierte al fenómeno del SIDA en simbólico y trascendente, es sin duda las posibilidades que ha abierto en la ciencia, en esa ciencia entregada a los intereses del capital, esa ciencia que es capaz de conseguir, por ejemplo, que se trate como infecciosa y contagiosa a personas asintomáticas sólo por haber obtenido cierto resultado en una prueba completamente inespecífica y nada fiable, con la consiguiente estigmatización social, mediática y administrativa, en vez de tratarlas como personas sanas inmunizadas, ya que han superado con éxito la supuesta infección.
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Así que a vueltas con una nueva “pandemia” producida, según la narrativa oficial, por un nuevo virus, el SARS-COV-2, que nadie ha conseguido aislar, ni secuenciar su estructura genética, ni micrografía electrónica. Que ha causado una situación sin precedentes en nuestra historia reciente, además exacerbada por la aplicación de políticas -impuestas o acordadas- que conllevan la restricción de Derechos Fundamentales, que se materializan en confinamientos rigurosos que afectan gravemente o destruyen la vida social, física, emocional y mental, y el medio de vida, de la gente; acceso limitado a la educación y a otras necesidades básicas que suponen un ataque directo a los derechos básicos y fundamentales y a las libertades individuales y colectivas; resultando en un daño colateral a toda la economía a escala global y el empobrecimiento y precarización de los pueblos y las gentes. Todo ello, como decíamos, basado en documentos científicos que no cumplen con los requisitos mínimos para que puedan considerarse una publicación científica aceptable.
Tan lamentable y nefasto es este nuevo fiasco de la ciencia, que ya cuenta con un amplio rechazo dentro y fuera de la comunidad científica que no para de crecer. Existe ya, en este sentido, acciones legales ante el Tribunal Supremo contra algunos de los métodos usados por la ciencia en esta nueva pandemia de COVID-19, y contra las medidas sociales impuestas por los gobiernos de países de nuestro entorno (Portugal, Alemania, Bélgica, etc.); acciones de grupos de científicos que piden al editor de la revista científica Eurosurveillance, donde se publicó uno de los primeros artículos científicos sobre el COVID y en el que se basan todos los artículos posteriores, que se retire dicho artículo por no cumplir con los estándares para publicaciones científicas y por considerarlo severamente defectuoso.
En el mismo sentido, el Grupo para la Reevaluación Científica de la Hipótesis del VIH/SIDA, compuesto inicialmente por once científicos, remitió una carta, el 6 de junio de 1991, a las revistas científicas más importantes y a la comunidad científica en general, pidiendo una revisión de los datos en los que se sustenta la hipótesis del VIH como causa del SIDA, ya que existían suficientes evidencias en contra esta hipótesis, y también pedían la conformación de un grupo independiente que llevara a cabo estudios epidemiológicos críticos. En 1993 ya la suscribían más de 350 científicos, y finalmente la carta se publicó en la revista Science el 17 de febrero de 1995.
Nunca accedieron a lo solicitado por este grupo, más bien al contrario, diseñaron estrategias de acoso y derribo, censura, ridiculización, ataques ad hominem, y más importante aún, le negaron la posibilidad de publicar en algunas revistas científicas a algunos de los que conformaban este grupo, y suprimieron financiación y becas de investigación, condenándoles al ostracismo.
No quiero ni pensar el recorrido que nos pueda quedar aún con esta nueva farsa del COVID, teniendo en cuenta que con el fenómeno del SIDA llevamos 39 años. Sin embargo, en esta ocasión los afectados son toda la población, no como en el caso del SIDA que los afectados eran grupos de población que ya sufrían algún tipo de discriminación y estigma social antes de la crisis y que ciertamente existió en los ’80 un problema sanitario grave que afectaba mayoritariamente a dos colectivos. Esto hace que seamos muchos más, y también hoy podemos tener más herramientas para llegar a más personas, a pesar de la censura mediática y la persecución y ridiculización ejercida por los medios de comunicación masiva, cuyo papel que han decidido jugar en este turbio asunto es el de colaboradores necesarios, tanto del ámbito científico y de la industria farmacéutica, para validar y consolidar la narrativa científica -un tanto naif-bélica, por cierto-, como de los políticos y gobiernos, que han decidido hacer dejación de funciones, elevando las recomendaciones de los expertos a incuestionables en la toma de decisiones.
Aun así, todavía hay espacio para el optimismo. Nos hemos visto abocados a aprender muchísimo estas décadas atrás, y lo hemos hecho. Algunos incluso podemos decir que hemos salido de otras peores, y además que hemos salido más fuertes y mejor preparados. Ya conseguimos desmontar la farsa de la Gripe A en 2010, desde abajo, con medios precarios. Hoy podemos hacerlo de nuevo.
Por la recuperación de nuestra soberanía de la salud!
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